miércoles, 30 de enero de 2013

Terapia estratégica

No sé si os ha pasado alguna vez que, cuando os encontráis delante de un problema o de una dificultad que queréis resolver, hacéis algo para resolverla y, ante el mal resultado de vuestro intento, no se os ocurre otra cosa que volver a aplicar la misma solución una y otra vez, pensado que tal vez lo que hacía falta era más de lo mismo. Craso error. A mí me ha pasado. Precisamente, el fallo está en ese intento que hemos hecho, así que… ¿qué tal si probamos a intentar otra cosa distinta para solucionar este problema?
Esto es lo que los terapeutas estratégicos llaman “soluciones intentadas”, es decir, todos aquellos intentos de solucionar una dificultad y que no la solucionan. Es más, son estas soluciones las que acaban creando el problema, que no era más que una simple dificultad.
Pero dejemos de hablar de teoría y vayamos a la práctica, os pondré un claro ejemplo. Imaginemos que un niño, en clase, no para de molestar a sus compañeros, se levanta cada cinco minutos, interrumpe la clase, etc. y esto lo hace continuamente. Y entonces el maestro le explica que no debe comportarse así, que molesta a sus compañeros, incluso le propone otras actividades para hacer y acaba finalmente castigándole. Veamos, son estas soluciones intentadas las que van a acabar creando el problema, puesto que el niño empieza a recibir más atención del maestro, lo que refuerza su conducta, además de que por mucho que le explique que no está bien lo que hace, él no lo puede controlar.
¿Hablas de un niño con TDAH verdad?, podríais decir. Sin embargo, un terapeuta estratégico no utilizará estas etiquetas. No porque no crea en ellas, sino porque en este tipo de terapia no se tiene en cuenta las causas del problema, sino qué conductas se quieren cambiar en el presente, sin tener mayor importancia si la persona ha sido diagnosticada de TDAH o de Trastorno Negativista Desafiante, o de cualquier otro trastorno. Lo que necesitan saber es qué conductas se quieren cambiar y para ello lo primero es reconocer qué soluciones se han intentado y que no han funcionado.
No pretendo explicar la terapia estratégica en su totalidad, ni mucho menos, esta terapia la ponen en práctica profesionales, sino que quiero ir a lo práctico, a lo que nosotros podemos coger de este tipo de terapia para aplicar a nuestras vidas y, en este caso, con los niños, puesto que cuando se trata de un entorno familiar o escolar, el terapeuta dará indicaciones al maestro o a un miembro de la familia para que las pongan en práctica con los niños. No se pretenden grandes cambios, sino que los objetivos que se plantean son pequeños, un primer paso, una conducta que cambiar.
Veamos ejemplos prácticos para diferentes problemas de conducta que pueden presentar los niños, describiendo sus conductas, sin etiquetarlos en un trastorno concreto, tal y como proponen Andrea Fiorenza y Giorgio Nardone:
1) En el caso explicado antes, el del niño que interrumpe constantemente, que se levanta de la silla, que no puede estar sentado, que contesta a las preguntas antes de escucharlas, muy a menudo los padres y maestros han intentado soluciones como pedirle que pare de hacer esa conducta o castigarle. Sin embargo, desde la terapia estratégica se propone:
- Que se connote positivamente su conducta (decirle por ejemplo que su distracción es algo bueno porque les permite hacer descansos).
- Pedirle que se siga comportando así (por ejemplo, cada cierto tiempo se le pide que interrumpa para que todos puedan descansar). Parece algo extraño ¿no? Pues lo cierto es que así se le está quitando espontaneidad al síntoma y esto hará que aparezca con menos frecuencia. Además, el niño se encuentra en una contradicción: si alborota está haciendo caso al maestro, pero si quiere desobedecer, dejará de hacer esa conducta que es lo que buscábamos. Curioso cuando menos, ¿verdad?
- Además, si comenzamos a ver un cambio, por pequeño que sea, le diremos que su conducta es aceptable pero que aún no ha mejorado del todo. Esto le animará a seguir haciéndolo bien.
2) Otro caso es el de los niños que desafían al adulto y que tienen una conducta intencionadamente molesta hacia los demás. En este caso, las soluciones intentadas suelen ser dar órdenes y castigar por un lado, o considerarse una víctima de ellos y pedirles que cesen su conducta. ¿Qué hacer?
- Primero, sorprender al niño. Por ejemplo, cuando se comporte de manera desafiante y opositiva, se le sorprender dándole algo, un beso, un gomet, lo que sea, pero bueno. Esto le chocará, puesto que para nada espera una respuesta positiva. No consiste para nada en ceder ante lo que nos está pidiendo, no, sino que cuando conteste mal, cuando desafíe, responder de una manera que para nada espere.
- También hay que invertir nuestros papeles. Por ejemplo, si está acostumbrado a que le castiguemos y riñamos, aparentar una “rendición”, pero que le lleve a cambiar su conducta voluntariamente. Y si está acostumbrado a que no hagamos nada frente a su conducta, realizar un pequeño “sabotaje”, por ejemplo, ordenamos su habitación pero misteriosamente desaparece un juguete suyo, así seguro que la siguiente vez se querrá encargar él. Sé que estas estrategias suenan raras e incluso paradójicas pero creedme que estos profesionales saben de lo que hablan.
3) También encontramos el caso del niño que evita cualquier contacto social, con todo aquel ajeno a la familia. Normalmente las soluciones que intentamos y que fracasan son, como en otros casos, el pedirle que cambie y prestarle demasiada atención. Pero en este caso se le añade una más, muy perjudicial, que es el pedirle ayuda a los padres. Es decir, si esto solo ocurre en un contexto, como por ejemplo el escolar e incluimos el problema en el entorno familiar, se creará el problema también en casa. En este caso se nos propone:
- Pedirle al niño que imagine cómo sería un día de su vida si no fuera tan tímido, qué cosas haría, y que intente poner en práctica una de ellas.
4) En el caso de los niños que no quieren hablar en determinados contextos, las soluciones que solemos poner en práctica son dedicarle excesiva atención, porque pensamos que el niño, por no hablar, es infeliz, y así aumentamos el síntoma puesto que estas excesivas atenciones son una ventaja para él. Lo que debemos hacer es:
- Realizar la técnica de la frustración del síntoma que consiste en que al hablar del niño, nos equivoquemos adrede en datos referidos a él (edad, nombre) pero sigamos hablando sin que pueda contestar. Esto hará que poco a poco el niño empiece a hablar para corregir al mestro.
5) Por último, el caso de niños que se pelean entre ellos, como dos hermanos o dos compañeros. Lo que se suele hacer es interponerse entre ellos, como si fuéramos unos pacificadores, lo que causa que uno de ellos se vuelva aún más agresivo, aquel al que se le considera culpable. Lo que nos animan a hacer es:
- Entregar a cada uno de ellos por separado un pequeño regalo diciendo que es de parte del otro, pero que es un secreto y no lo puede contar. Esto favorece la amistad entre ellos.
Bien, tras leer estas pequeñas prescripciones, contadme qué os parecen. Yo la verdad es que cuando las estudié en el Máster me sorprendieron puesto que pensé que sí que era cierto que, aunque veamos que una solución no funciona, nos empeñamos en seguir con ella puesto que creemos que estamos en lo correcto. Y no, muchas veces no es así, y hay que probar hasta encontrar la estrategia adecuada. Os recomiendo el libro La intervención estratégica en los contextos educativos, de Fiorenza y Nardone, para ampliar la información de la que os he dado apenas unas pequeñas pinceladas.

La cosa que más duele en el mundo

No sé si será que somos inmunes a la mentira, acostumbrados como estamos a ella, o si preferimos ésta a verdades que duelan.
Hoy hablamos de las mentiras infantiles, aquellas que aún no tienen maldad. Pero que no deben ser vistas como algo positivo, sino que hay que fomentar un clima de verdad, en el que adultos les demos ejemplo a los niños de que no mentimos ni engañamos, y en el que les reforcemos positivamente cuando nos estén diciendo la verdad.
Pero ¿para qué sirve la mentira? Pues bien, hay autores que nos dicen que ésta cumple una función defensiva, puesto que se utiliza para defender a aquel que miente. Así, la persona que miente, y en concreto esto se nota más en los niños, se estaría alejando de una impresión dolorosa o no placentera. Para el niño sería normal tender a disminuir la importancia de las primeras impresiones dolorosas y hasta negarlas (Anna Freud). Otros autores consideran que entre las motivaciones inconscientes de alguien que miente están la intolerancia a la frustración, por ello se construirían mentiras. Y es que la verdad, y muchas veces la verdad sobre ti mismo, puede doler.
Un niño puede mentir para evitar el castigo, porque le dé vergüenza que vean lo que ha hecho, para que sus padres no se enfaden con él o para protegerse a sí mismo o a otras personas. Por eso hay que dejarles claro que las consecuencias no serán negativas si nos dice la verdad, sino que es la mentira la que trae estas consecuencias. Quizás nos mienta porque cuando ha dicho la verdad nos hemos enfadado excesivamente. Por esto hay que ser comprensivos, sin llegar a ser permisivos. Es difícil conseguir el equilibrio pero se puede. Además hay que tener cuidado a la hora de hablar de que hemos engañado o mentido a alguien y que nos hemos beneficiado de esto, puesto que no olvidemos que se aprende con el ejemplo.
Lo cierto es que es importante que los niños sepan las consecuencias positivas de ser sincero y honrado y las negativas de las mentiras, como la pérdida de confianza en la persona que miente. Y que se pongan en el lugar de personas que son engañadas por mentiras, mediante la empatía. Para esto, igual que para todo, nos servirán los cuentos. A través de cuentos ellos podrán ver estos aspectos de los que hablamos.
Para los más pequeños, os recomiendo La cosa que más duele del mundo, de Paco Livan. Se trata de un cuento tradicional africano que parte de la hipótesis de que la mentira es lo que más duele en el mundo. Así lo dice la liebre y se encarga de demostrarnos que es cierto. Es un libro divertido que emplea el recurso del humor para llevar a la reflexión. Y los niños podrán ver cómo aquel que miente lo acaba pasando mal.
Para niños no tan pequeños, a partir de 8 años, El secreto del huevo azul, de Catalina González Vilar. En él, el protagonista, por miedo a decir que ha cometido un error decide mentir. A partir de su mentira, entre en el País de las Mentiras, en el que se hace un repaso de todos los tipos de mentiras más comunes. Es un libro muy original y de verdad os la recomiendo porque transmite valores positivos y ayuda a comprender las consecuencias de las mentiras. Además de que tiene unas magníficas ilustraciones.
Elsa Punset, en su último libro Una mochila para el universo, dedica un capítulo a la comunicación no verbal y dentro de esta, a las mentiras y a cómo se puede saber si alguien está mintiendo. Ella destaca que cuanto más conozcamos cómo se comporta alguien, mejor sabremos si está mintiéndonos. En nuestra sociedad actual es más fácil mentir, puesto que cuando vivíamos en pequeñas comunidades, nos dice Elsa, era más difícil mentir puesto que te conocían muy bien todos. Nos dice también que comenzamos a mentir sobre los cuatro o cinco años y que los niños no lo hacen por maldad, sino para experimentar con el lenguaje. Y luego continúan para suavizar la realidad (y para los fines de los que hemos hablado antes)
Por tanto, mentir con maldad es algo negativo, suavizar la realidad…en ocasiones también.

martes, 29 de enero de 2013

Fortaleza psicológica

Hace dos meses asistí al II Symposium Nacional de Psicología Clínica y de la salud con niños y adolescentes celebrado en la UMH de Elche.  Una de las conferencias que más me gustó, tanto por lo que dijo por cómo lo dijo, fue la del Doctor Xavier Méndez (¿Cómo desarrollar fortaleza psicológica? Programa Fortius). Además de presentar un programa novedoso, el Programa Fortius, lo contaba de tal manera que te hacía no querer perderte nada de lo que decía. Me hizo pensar que el cómo se cuenta algo es muy importante para mantener la atención del que te escucha, usar el humor, los guiños al público, las anécdotas personales…todo eso que muchos sabemos pero que a la hora de hablar en público no todos ponen en práctica (hubo muchas conferencias esos días y creedme que algunas se hicieron en tono muy serio y monótono).
La cuestión es que hoy os quiero hablar de este programa (unos meses más tarde, es cierto) porque me ha venido a la cabeza. Porque se le da muchas vueltas a la educación, a qué va mal en la educación, al porqué del fracaso escolar, de las situaciones conflictivas en las escuelas…Y sin embargo los métodos que se siguen parecen olvidar tener en cuenta las emociones. Sí, porque es algo que sabemos, las emociones influyen y mucho. Si un niño está ansioso, deprimido, si es acosado en clase, si no se siente bien con su grupo de amigos, si le preocupa algo en exceso…no puede aprender. O al menos no está en condiciones óptimas de aprender. ¿No os ha pasado, nunca, que no os podéis concentrar en algo porque tenéis en la cabeza mil cosas más? Los niños también tienen preocupaciones, miedos, incluso más que los adultos. No es ninguna locura esto, los niños le dan más importancia a muchas cosas que de adultos comprendemos y pensamos, ¿cómo podía preocuparme que mi mejor amiga no se sentara ese día a mi lado? ¿o que me pidieran los deberes y no supiera decirles que no?
Pues lo cierto es que todo esto ocurre. O ¿quién no ha oído a sus hijos, sobrinos, etc. al ponerse a hacer los deberes o a estudiar preguntarte antes mil cosas que les preocupan? Porque necesitas tener la cabeza despejada y estar tranquilo para centrarte en lo demás. Y la escuela necesita implicarse mucho más en estos aspectos si quiere crear un buen clima de aula, unas buenas relaciones, necesario todo ello para aprender. Y no solo para esto, para el momento presente, sino de cara al futuro de esos alumnos.
Porque para tener éxito en la vida, los conocimientos teóricos y prácticos te pueden servir, sí, pero lo que realmente marcará la diferencia es tu manera de actuar, tu gestión de las emociones, tu manera de relacionarte con los demás. La escuela puede y casi diría que debe trabajar las emociones, integrar éstas en el currículum, de manera transversal y también empleando las horas de tutoría (esas horas de tutoría que muchos recordamos como horas de no hacer nada…). Porque la escuela te prepara para el futuro, y tiene como objetivo tu desarrollo integral. No solo académico.  Y este programa me llamó la atención porque basándose en cosas simples se puede llegar a hacer algo muy eficaz.
Xavier Méndez dijo algo muy importante. Todos sentimos. Sentir no es malo. El problema es sentir exageradamente. Hace falta un mando de control (gestionar las emociones como dice Eduard Punset). Y este programa lo que da a los alumnos es eso: el mando de control. Lo que pretende este programa es dotar a los niños de fortaleza psicológica. Me pareció una genial idea. Además de que éste se había probado en un estudio con más de 1000 alumnos.
Se divide en una serie de sesiones, dirigidas a la Educación Primaria, cada una de las cuales se nombra mediante un eslogan. Esto es algo que los niños luego recuerdan y que les servirá para poner en práctica los métodos que aprenden (“Contra tensión…relajación”, por ejemplo) . En estas sesiones se ponen en práctica aspectos como la relajación o la respiración (practicando éstas y además dándoles unas pautas a seguir para cuando noten que se están poniendo nerviosos o si sienten miedo, no se limita solo a lo practicado en clase). También trata las relaciones con los demás, dando a conocer los distintos roles que pueden adoptar en el grupo, y cómo lo ideal es respetarse a sí mismo y a los demás (si no das tu opinión no te respetas a ti mismo, si impones tu opinión no respetas a los demás), todo esto mediante actividades prácticas.
La escucha activa es otro de los aspectos que se trabajan, diferenciando entre los oídos simpáticos (te comprenden), antipáticos (buscan su interés) y los sordos (no escuchan), y las habilidades sociales, dando pautas de cómo actuar en las situaciones, cómo generar confianza mutua, o cómo darte cuenta de que alguien se está aprovechando de ti y responder de la manera adecuada (a muchos niños les cuesta o no saben hacerlo).
También pretende darles a los niños fortaleza organizadora (saber organizarse, cuándo hacer los deberes, cuándo y cómo divertirse en su tiempo libre), y que se propongan metas en su vida, metas claras  adecuadas a los momentos (Xavier Méndez puso el ejemplo de no proponerse “no tengo que ponerme nervioso en el examen”, sino decirse “voy a relajarme para no estar nervioso”).
Por último, se pretende que los niños adquieran fortaleza cognitiva. Ésta, nos dijo Xavier Méndez, es la más complicada en esta etapa. Pero se les puede ayudar a diferenciar entre pensamientos que no afectan a nuestra vida, y pensamientos que te hacen actuar mal. La importancia de pensar antes de actuar, y de los razonamientos falsos, el pensar que alguien te ha hecho algo malo adrede cuando quizás ha sido sin querer, te puede hacer explotar (razonamientos “petardo” los llamó, dado que fallan y te hacen explotar). Todo acaba con una propuesta final en la que tienen que hacer un anuncio comercial como resumen de todo lo aprendido. Y nos puso uno de estos vídeos de los alumnos que habían participado en el estudio y se notaba que el programa había calado en ellos, al menos las frases, que no son más que autoinstrucciones.
Bueno, pues todas estas propuestas se reúnen en el libro en el que aparece el programa Fortius, que incluye un CD con mucho material didáctico para llevar a cabo el programa (Programa Fortius. Fortaleza psicológica y prevención de las dificultades emocionales). Yo me he basado en la conferencia que él dio y en la que lo explicó, como ya he dicho, de una manera muy divertida.
Ocurrió que justo estaba pensando yo que sería bueno que hubiera algo así pero destinado a adultos. No me refiero a un libro de autoayuda, no se trata de eso. Sino un programa, unas claves, una guía a seguir para mejorar las relaciones interpersonales, para ser asertivos, para comunicar sin dañar y sin dejar que nos dañen, para gestionar nuestras emociones…Y casualmente Xavier Méndez nos dijo que los padres de los alumnos se lo preguntaban también. Quizás si de niños hubiéramos trabajado todo esto en las escuelas, no lo necesitáramos ahora tanto.
fortius
Y resulta que todo esto podemos empezar a trabajarlo desde la Educación Infantil, mediante estas pautas adaptadas a niños más pequeños, mediante lo que se nos ocurra para ayudarles a que sepan relajarse, a que sepan cómo relacionarse, a solucionar conflictos...Parece que son demasiado pequeños para aprender todo esto pero lo cierto es que es la edad ideal, es cuando aprenden a convivir con sus iguales, es cuando se forma su personalidad y nosotros estaremos allí para ayudarles a ello. Otro día os cuento más sobre cómo trabajar la inteligencia emocional con niños de Infantil...

lunes, 14 de enero de 2013

La profecía autocumplida

¿Habéis pensado alguna vez en lo importante que es el tener un autoconcepto positivo en la educación? Me refiero a si nos planteamos con la suficiente fuerza que cuando hay dificultades de aprendizaje, no solo tenemos que tener en cuenta aspectos cognitivos, sino también afectivos y uno intermedio como es el autoconcepto. Sí, porque según muchos estudios en este ámbito, tiene relación con el rendimiento académico, quizás más de la que pensamos.
Pongamos que A. tiene dificultades en las matemáticas. No excesivas, pero las tiene. Supongamos que su maestro resalta estas dificultades en vez de valorar sus esfuerzos o de potenciar otras capacidades. No se trata de que sea un maestro malvado que lo hace adrede. Resaltar las dificultades es peligroso porque se puede hacer sin mala intención y sin que seamos conscientes de ello, un simple “no, así lo estás haciendo mal”, “no te  has esforzado nada, has suspendido otra vez”, o “vas a suspender como sigas así”, etc. puede crear un problema donde solo había dificultades. Y es que si un niño piensa que lo va a hacer mal, si su autoconcepto (en este caso académico) es bajo porque recibe siempre opiniones negativas sobre su trabajo, acabará por hacerlo aún peor.
Y tiene lógica, porque si te repiten continuamente lo mal que haces algo, si te hacen pensar que por mucho que te esfuerces nunca lo harás bien, ocurre una cosa, y es que acabas por pensar que hagas lo que hagas no vas a hacerlo bien. Piensas que no depende de ti, que depende de factores externos, que si apruebas es porque “he tenido suerte”, o porque “la profesora me ha aprobado”. Y esto hace que no quieras esforzarte y acabes por tener más experiencias negativas en matemáticas y así cumpliendo lo que todos pensaban de ti. La profecía autocumplida o el efecto Pigmalión que llaman.
Pero analicemos en primer lugar lo que los diversos autores entienden por autoconcepto. En un artículo de Núñez Pérez , González-Pumariega y González Pienda (1995), definen este como un constructo cognitivo formado por percepciones sobre nosotros mismos que dirige y controla la conducta a través de cada una de sus dimensiones. Es decir, que se trata del conjunto de ideas sobre nosotros mismos, ideas que vamos agrupando en distintas dimensiones (académica como el autoconcepto matemático o el verbal, no académica como el autoconcepto social o el físico). Algunos autores emplean el término autoestima como sinónimo de este y otros hablan de que la autoestima estaría formada solo por una dimensión evaluativa, es decir, por la actitud hacia nosotros mismos.
Todos coinciden en que el autoconcepto cambia y que además en él influyen mucho los demás.  Influyen las experiencias de éxito o fracaso que hayan tenido los niños y también las personas significativas para ellos, tanto en casa como en la escuela (maestros, otros alumnos). Y con esto es con lo que nos vamos a quedar, puesto que el hecho de que sea cambiante quiere decir que un niño con un autoconcepto académico negativo que a causa de este presenta un peor rendimiento académico no es un niño perdido. Y además nosotros, con nuestra influencia podremos hacer que eso cambie.
Y hablando del autoconcepto académico, este se refiere a cómo se ven los niños en las distintas áreas académicas. Y este autoconcepto, es decir, el cómo se vean, la idea que tengan de lo que son capaces de hacer, influye mucho en lo que luego hagan. Me explico, el estudio que encontramos en el artículo del que hablábamos antes, nos muestra cómo niños que tienen un autoconcepto académico bajo muestran un rendimiento académico bajo. Y esto ocurre porque, como hemos dicho antes, tienden a pensar que el éxito no depende de ellos, que no son capaces de hacerlo por sí mismos, no estarán motivados y como consecuencia no harán bien las tareas o exámenes porque no se esforzarán y tendrán más experiencias negativas que harán que su autoconcepto siga siendo bajo. Y volvemos a empezar.



Una de las cosas que resalta este estudio es que, para niños que no tenían dificultades de aprendizaje había correlaciones altas en la dimensión matemática del autoconcepto (en cómo se precibían en cuanto a las matemáticas) y el rendimiento en esta área, es decir que niños que se percibían como muy buenos en ella, tenían resultados buenos, y lo mismo ocurría con el área del lenguaje verbal. Pero en niños con dificultades, esta correlación no era igual, sino que el cómo se percibían en las matemáticas tenía alta correlación con su rendimiento en matemáticas pero también en su rendimiento verbal. Es decir, que un niño que creyera que era muy bueno en matemáticas, no solo tenía buenos resultados en estas sino también en otras áreas. Esto era porque las matemáticas para los niños tienen mucha importancia porque socialmente la tienen y ellos se dan cuenta de esto. Y creedme que esto lo he podido comprobar yo dando clases de apoyo de matemáticas, los niños tienden a valorar esta área por encima de las demás, así que un punto importante si queremos ayudarles a tener un mejor rendimiento en la escuela será potenciando su seguridad en ellas. Y tened en cuenta que lo contrario les perjudicará, y mucho.
Y todo esto ¿para qué lo necesitamos saber? Pues bien, si hemos dicho que el autoconcepto es tan importante para el rendimiento académico (porque según cómo se perciban así lo harán), y también hemos dicho que niños que tengan un autoconcepto muy bajo tienen peor rendimiento académico, entonces ¿qué podemos hacer? La clave está en que el autoconcepto se puede cambiar y que la influencia de personas significativas es muy importante en ello. En en libro Educar el autoconcepto en el aula de Ontoria Peña et al. nos dan muy buenos consejos para que haya un cambio en la educación en el sentido de que el profesor tenga expectativas positivas respecto a sus alumnos y no solo que las tenga sino que las muestre.
Porque los niños se dan cuenta de todo lo que pensamos, todo lo que hacemos y decimos son señales para ellos, cualquier comentario puede ser hiriente o puede ser motivador. Yo a veces antes de decir algo tengo que pensar “¿cuándo yo era niña esto cómo me habría sentado?” porque de verdad que cualquier comentario negativo o que les haga pensar que por mucho que se esfuercen no van a conseguir nada, les hará abandonar. Tengamos en cuenta que sobre todo cuando son muy pequeños, su visión del maestro no es nada objetiva y las opiniones que el maestro emita sobre el niño van a ser muy significativas para él, vamos, que le van a marcar más que en otras edades.
Entonces la clave está en darles la confianza y seguridad en casa y en clase para que puedan superar sus dificultades, motivarles y fijar metas adecuadas a ellos, y sobre todo, no siempre pensar que el problema está en ellos, si explicamos algo y no lo entienden, por mucho que se lo repitamos de la misma manera no lo entenderán, sé que cuesta pero ¿y si pensáramos que el problema está en nosotros que no lo estamos explicando bien o de la manera en que el niño necesita?
Tened en cuenta que siempre les decimos cuándo lo hacen mal, pero pocas veces cuándo lo hacen bien. Y os lo digo por experiencia que cuando hacen algo bien y se lo dices, la motivación es inmediata, porque cuando crees que vales y que puedes hacerlo es cuando lo haces. Este verano, a mitad de mi trabajo de fin de máster, cuando más calor hacía, cuando más costaba ponerse frente a un ordenador, mi directora del trabajo se comunicaba conmigo y siempre, a poco que yo hiciera me daba mensajes de ánimo, me decía lo mucho que le había gustado y lo lejos que creía que podía llegar. Creo que todo hubiera sido muy diferente si me hubiera dicho que así no podía seguir, porque habría abandonado. No quiere decir que no corrijamos, ni que elogiemos sin que haya logros, sino que motivemos para que los haya y no simplemente nos sentemos a esperar sin prestar ayuda alguna.    



¿Lectura obligada?

Muchas veces nos encontramos, tanto en Educación Primaria como en Secundaria (quizás en Secundaria más pero según en qué centros en los últimos cursos de Primaria también), con que los alumnos tiene que leer un libro en concreto de manera obligatoria. Uno al trimestre puede llegar a ser. Y obligado. Sin posibilidad de elección. Veamos, imaginémonos que a nosotros nos hicieran eso, nos obligaran a leer un libro en concreto. Imaginémonos que ese libro en concreto no nos atrae nada, que sabemos que todos nos vamos a leer el mismo, que sabemos que es obligatorio leerse ese. Y si lo empiezo y no me gusta nada, ¿continúo aunque lo haga por obligación?
Uno de los derechos del lector que recogió Daniel Pennac en su libro Como una novela era el derecho a no terminar un libro. Nosotros, los adultos, hacemos uso de este derecho pero…¿y a los niños? ¿les dejamos libertad para escoger lo que leen? ¿les permitimos cambiar de libro si el que están leyendo les aburre o no lo comprenden? A mí me ha pasado con muy pocos libros la verdad, el que haya dejado de leerlos, pero también es porque he escogido adecuadamente. Y con aquellos “obligatorios” de la escuela (más bien del instituto en mi caso), sí que tengo peor recuerdo por eso, por el hecho de ser obligatorios, por saber que ibas a hacer un examen sobre ellos (¿estudiarte un libro?) o por tener que hacer un trabajo sobre ellos, trabajo en el que las respuestas, obviamente, tenían que ser del agrado del profesor, no podías opinar que el libro no te había gustado nada (o no lo hacías por si acaso).
Lo que quiero decir con todo esto es que si asociamos el leer con la obligatoriedad estamos perdidos. Basta con imponer un libro a todos los alumnos de la clase para que este pierda todo el interés que podría tener en un principio. Y basta también esto para que el alumno busque un resumen de éste, se lo pida al compañero, le pida a alguien que se lo cuente…en fin, hay muchas maneras de evitar leerse el libro en cuestión para el que, si había alguna posibilidad de que estuviera motivado, con el hecho de ponerlo como obligatorio se ha esfumado ésta.
Y la cuestión es que si miramos los Reales Decretos de enseñanzas mínimas de Primaria y Secundaria, en los que se establecen los objetivos y contenidos para estas etapas, y nos centramos en los relativos a la literatura, vemos que ésta está asociada en todo momento a la palabra placer. Encontramos expresiones como “utilizar la lectura como fuente de placer y de enriquecimiento personal” o ”aprecio del texto literario para el disfrute personal”. Además se resalta algo muy importante y es la capacidad de elección de temas en la literatura. Sí, porque si es el centro quien dice qué libros han de leer los alumnos, quizás se esté coartando su capacidad para decidir qué temas prefieren o qué títulos prefieren. Sí, es cierto que quizás si se permite esta elección se centrarían en libros del momento actual, best sellers, a través de los cuales no se pudiera hacer un análisis del contexto que rodea al libro, o no se pudiera trabajar determinado autor. Pero sí que se podría encontrar una fórmula intermedia, dejando decidir pero entre algunos libros determinados.
A este respecto, entre los contenidos de Primaria simplemente se habla de la lectura en función de los intereses de los alumnos (está claro, si queremos motivarles a leer tendrá que ser en función de lo que les interese, igual que lee un adulto), y también de comprensión de la relación entre un libro y su contexto histórico. En Secundaria sí que se concreta algo más lo que deben leer, hablando de los géneros literarios (narrativa, lírica, teatro) así como de los contextos, ya que en tercero de ESO uno de los contenidos es la lectura de un libro con un contexto entre la Edad Media y el siglo XVIII y en cuarto curso desde el siglo XIX hasta la actualidad.
 Pero no se habla de libros en concreto. Si he hecho este repaso por la legislación vigente (de momento) es porque no aparecen títulos concretos. Entonces, si solo aparece (y en Secundaria) la época literaria en la que debe enmarcarse el libro, ¿por qué en algunos centros escolares se obliga a leer un libro en concreto? ¿no sería mejor dar opciones, dar una lista de autores de esa época, o incluso de títulos? Esto daría aunque fuera una mínima posibilidad de elección a los alumnos, y les motivaría algo más. Esto sí que lo he vivido yo alguna vez y el hecho de escoger, aunque fuera de entre cinco libros, ya daba más emoción a la lectura que cuando te decían uno en concreto y no había otra opción.
Y creedme que he visto alumnos realmente desmotivados ante un libro, que no veían el tiempo de lectura como un tiempo de disfrute, sino como unos deberes más, dividiéndose el número de hojas entre los días que faltaban para empezar a hacer el trabajo sobre el dichoso libro.
El ver la lectura como algo obligado es algo que puede marcar a estos niños en el futuro. Puede hacer de ellos adultos que no quieran leer porque recuerden esta lectura como algo aburrido. Conozco adultos así. Es fácil cambiar esto. Si doy posibilidad de elección, esto conllevará una motivación para ellos, que ya elegirán algo acorde a sus intereses. Aunque sea una falsa elección, entre unos autores o entre unos libros, seguro que habrá  uno que les atraiga más que otro. Y una vez al curso siempre se puede hacer lectura libre, para conocer los intereses de los alumnos.
Y porque además cuanta más variedad mejor. Los trabajos que estos hagan sobre los libros (en el caso de Secundaria estos se encuentran como uno de los contenidos) podrá ser más plural si hay variedad de libros, y además, el hecho de analizar el libro es ya educativo, independientemente del libro de que se trate. O ¿es que hay libros que no aporten nada al alumno? El otro día alguien dijo de la lista que hice de libros para niños pequeños que esta era regular. ¿Pueden unos libros ser regulares o malos? Obviamente si presentan contravalores sí. Pero hasta de los libros con contravalores (pongamos por ejemplo los cuentos clásicos) se puede sacar partido si se reconducen estos, si hay un diálogo posterior.
Así que yo creo que siempre que se pueda dar la posibilidad de elegir en cuanto a literatura, se haga, y si queremos trabajar un género en concreto, se deje elegir entre obras de este género, al igual que una época concreta. Pero no asociemos nunca la lectura con la obligatoriedad, porque esto será negativo para los alumnos, para los futuros adultos lectores. Y si en alguna ocasión queremos trabajar un libro en concreto por algo muy importante, la animación lectora previa, la motivación hacia este libro, será indispensable para garantizar que todos lo leerán y no solo eso, sino que disfrutarán haciéndolo (actividades previas usando el misterio, actividades durante la lectura con grupos para debatir éste, actividades posteriores relacionándolo con aspectos de su vida o sus intereses…indagando un poco sobre animación lectora veremos que hay muchísimas ideas ingeniosas para ello). Y esto ocurre igual en el aprendizaje en general, se aprende por el interés que tengamos en algo, pero ese ya es otro tema del que hablaremos otro día…
NIÑO