miércoles, 30 de enero de 2013

Terapia estratégica

No sé si os ha pasado alguna vez que, cuando os encontráis delante de un problema o de una dificultad que queréis resolver, hacéis algo para resolverla y, ante el mal resultado de vuestro intento, no se os ocurre otra cosa que volver a aplicar la misma solución una y otra vez, pensado que tal vez lo que hacía falta era más de lo mismo. Craso error. A mí me ha pasado. Precisamente, el fallo está en ese intento que hemos hecho, así que… ¿qué tal si probamos a intentar otra cosa distinta para solucionar este problema?
Esto es lo que los terapeutas estratégicos llaman “soluciones intentadas”, es decir, todos aquellos intentos de solucionar una dificultad y que no la solucionan. Es más, son estas soluciones las que acaban creando el problema, que no era más que una simple dificultad.
Pero dejemos de hablar de teoría y vayamos a la práctica, os pondré un claro ejemplo. Imaginemos que un niño, en clase, no para de molestar a sus compañeros, se levanta cada cinco minutos, interrumpe la clase, etc. y esto lo hace continuamente. Y entonces el maestro le explica que no debe comportarse así, que molesta a sus compañeros, incluso le propone otras actividades para hacer y acaba finalmente castigándole. Veamos, son estas soluciones intentadas las que van a acabar creando el problema, puesto que el niño empieza a recibir más atención del maestro, lo que refuerza su conducta, además de que por mucho que le explique que no está bien lo que hace, él no lo puede controlar.
¿Hablas de un niño con TDAH verdad?, podríais decir. Sin embargo, un terapeuta estratégico no utilizará estas etiquetas. No porque no crea en ellas, sino porque en este tipo de terapia no se tiene en cuenta las causas del problema, sino qué conductas se quieren cambiar en el presente, sin tener mayor importancia si la persona ha sido diagnosticada de TDAH o de Trastorno Negativista Desafiante, o de cualquier otro trastorno. Lo que necesitan saber es qué conductas se quieren cambiar y para ello lo primero es reconocer qué soluciones se han intentado y que no han funcionado.
No pretendo explicar la terapia estratégica en su totalidad, ni mucho menos, esta terapia la ponen en práctica profesionales, sino que quiero ir a lo práctico, a lo que nosotros podemos coger de este tipo de terapia para aplicar a nuestras vidas y, en este caso, con los niños, puesto que cuando se trata de un entorno familiar o escolar, el terapeuta dará indicaciones al maestro o a un miembro de la familia para que las pongan en práctica con los niños. No se pretenden grandes cambios, sino que los objetivos que se plantean son pequeños, un primer paso, una conducta que cambiar.
Veamos ejemplos prácticos para diferentes problemas de conducta que pueden presentar los niños, describiendo sus conductas, sin etiquetarlos en un trastorno concreto, tal y como proponen Andrea Fiorenza y Giorgio Nardone:
1) En el caso explicado antes, el del niño que interrumpe constantemente, que se levanta de la silla, que no puede estar sentado, que contesta a las preguntas antes de escucharlas, muy a menudo los padres y maestros han intentado soluciones como pedirle que pare de hacer esa conducta o castigarle. Sin embargo, desde la terapia estratégica se propone:
- Que se connote positivamente su conducta (decirle por ejemplo que su distracción es algo bueno porque les permite hacer descansos).
- Pedirle que se siga comportando así (por ejemplo, cada cierto tiempo se le pide que interrumpa para que todos puedan descansar). Parece algo extraño ¿no? Pues lo cierto es que así se le está quitando espontaneidad al síntoma y esto hará que aparezca con menos frecuencia. Además, el niño se encuentra en una contradicción: si alborota está haciendo caso al maestro, pero si quiere desobedecer, dejará de hacer esa conducta que es lo que buscábamos. Curioso cuando menos, ¿verdad?
- Además, si comenzamos a ver un cambio, por pequeño que sea, le diremos que su conducta es aceptable pero que aún no ha mejorado del todo. Esto le animará a seguir haciéndolo bien.
2) Otro caso es el de los niños que desafían al adulto y que tienen una conducta intencionadamente molesta hacia los demás. En este caso, las soluciones intentadas suelen ser dar órdenes y castigar por un lado, o considerarse una víctima de ellos y pedirles que cesen su conducta. ¿Qué hacer?
- Primero, sorprender al niño. Por ejemplo, cuando se comporte de manera desafiante y opositiva, se le sorprender dándole algo, un beso, un gomet, lo que sea, pero bueno. Esto le chocará, puesto que para nada espera una respuesta positiva. No consiste para nada en ceder ante lo que nos está pidiendo, no, sino que cuando conteste mal, cuando desafíe, responder de una manera que para nada espere.
- También hay que invertir nuestros papeles. Por ejemplo, si está acostumbrado a que le castiguemos y riñamos, aparentar una “rendición”, pero que le lleve a cambiar su conducta voluntariamente. Y si está acostumbrado a que no hagamos nada frente a su conducta, realizar un pequeño “sabotaje”, por ejemplo, ordenamos su habitación pero misteriosamente desaparece un juguete suyo, así seguro que la siguiente vez se querrá encargar él. Sé que estas estrategias suenan raras e incluso paradójicas pero creedme que estos profesionales saben de lo que hablan.
3) También encontramos el caso del niño que evita cualquier contacto social, con todo aquel ajeno a la familia. Normalmente las soluciones que intentamos y que fracasan son, como en otros casos, el pedirle que cambie y prestarle demasiada atención. Pero en este caso se le añade una más, muy perjudicial, que es el pedirle ayuda a los padres. Es decir, si esto solo ocurre en un contexto, como por ejemplo el escolar e incluimos el problema en el entorno familiar, se creará el problema también en casa. En este caso se nos propone:
- Pedirle al niño que imagine cómo sería un día de su vida si no fuera tan tímido, qué cosas haría, y que intente poner en práctica una de ellas.
4) En el caso de los niños que no quieren hablar en determinados contextos, las soluciones que solemos poner en práctica son dedicarle excesiva atención, porque pensamos que el niño, por no hablar, es infeliz, y así aumentamos el síntoma puesto que estas excesivas atenciones son una ventaja para él. Lo que debemos hacer es:
- Realizar la técnica de la frustración del síntoma que consiste en que al hablar del niño, nos equivoquemos adrede en datos referidos a él (edad, nombre) pero sigamos hablando sin que pueda contestar. Esto hará que poco a poco el niño empiece a hablar para corregir al mestro.
5) Por último, el caso de niños que se pelean entre ellos, como dos hermanos o dos compañeros. Lo que se suele hacer es interponerse entre ellos, como si fuéramos unos pacificadores, lo que causa que uno de ellos se vuelva aún más agresivo, aquel al que se le considera culpable. Lo que nos animan a hacer es:
- Entregar a cada uno de ellos por separado un pequeño regalo diciendo que es de parte del otro, pero que es un secreto y no lo puede contar. Esto favorece la amistad entre ellos.
Bien, tras leer estas pequeñas prescripciones, contadme qué os parecen. Yo la verdad es que cuando las estudié en el Máster me sorprendieron puesto que pensé que sí que era cierto que, aunque veamos que una solución no funciona, nos empeñamos en seguir con ella puesto que creemos que estamos en lo correcto. Y no, muchas veces no es así, y hay que probar hasta encontrar la estrategia adecuada. Os recomiendo el libro La intervención estratégica en los contextos educativos, de Fiorenza y Nardone, para ampliar la información de la que os he dado apenas unas pequeñas pinceladas.

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